jueves, abril 14, 2005

“Terrorismo", Rehenes del Miedo.

Terminaba Ese oscuro objeto del deseo, la más enigmática quizá de las películas de la filmografía última de Luis Buñuel, con una inquietante escena en una concurrida estación de ferrocarril. Mientras Fernando Rey se perdía entre la ruidosa muchedumbre que abarrotaba los andenes sorteando a los viajeros y a los mozos de estación cargados de equipajes, tras la característica sintonía de la megafonía de RENFE, elevándose sobre bullicio de las conversaciones, los pitidos lejanos y el ahogado resuello de las locomotoras, se oía un voz metálica que aludía al reciente descubrimiento por la policía de un violento y sanguinario grupo terrorista autodenominado “del Niño Jesús”.

Todavía me estremezco cada vez que rememoro esta escena y pienso en la infausta efemérides del 11-M y en sus secuelas de muerte y desolación, pero no puedo por menos de traerla a colación ahora porque guarda un estrecho paralelismo con la escena del aeropuerto con que se inicia la pieza que comentamos: el mismo trasiego de pasajeros arrastrando sus maletas hasta la consigna, la voz falsamente aterciopelada de los altavoces que anuncia la salida y llegada de los vuelos, el ruido ensordecedor del helicóptero de la policía y la luz hiriente de sus reflectores que anticipa el descubrimiento de un maletín o de una mochila sospechosos y que desata rápidamente el pánico entre los confiados viajeros sumiéndolos en la incertidumbre y en el desconcierto.

El proceso de contaminación se ha iniciado. Resulte falsa la alarma o no, no importa; porque como dice el Primer Pasajero, “la bomba la llevamos dentro” con su mecanismo de relojería activado y lista para hacer explosión en el momento menos pensado. Y es que cualquier acto de violencia cometida contra inocentes nos hace a todos nosotros rehenes del miedo, nos inocula su virus letal -es lo que busca el terrorismo indiscriminado, cualquier tipo de terrorismo-; siembra la semilla de la sospecha y es sólo cuestión de tiempo el que fructifique, en forma de recelos, de sentimiento de culpa, de insidias y de prejuicios –que luego se transforman en pesadillas-, y se instaure en cada uno de nosotros, en el cuerpo social, un clima de desconfianza generalizada que presagia la explosión de la violencia como mecanismo de autodefensa o de autoafirmación enfermizas.

El paradigma del viaje que prefigura el aeropuerto evocado por la escenografía de Ana Garay -espléndida, por cierto-, se transforma enseguida en un viaje al interior de nuestra conciencia. Creada la atmósfera de terror que sugiere el espectacular cuadro inicial, en las escenas subsiguientes la obra ofrece un variado muestrario de situaciones de la más estricta cotidianidad contaminadas de esa violencia latente o expresa que engendra el miedo y que va corrompiendo inexorablemente los fundamentos mismos de la convivencia: la violencia de género que gobierna las relaciones de pareja, aún las más íntimas –quizá, precisamente esas, más que ninguna otra-, la competencia inter pares en el lugar de trabajo, o la rivalidad intergeneracional, por poner sólo unos ejemplos.

A la modernidad y habilidad constructiva y al hondo calado de las reflexiones sobre la condición del hombre contemporáneo, la obra de estos jovencísimos hermanos Presnyakov suma grandes dosis de ironía y absurdo y un humor bronco, socarrón, de filiación chejoviana, formando un puzzle extraño y perturbador pero cuyas partes son de una extrema y contundente sencillez. Simplicidad en la que radica, quizá, su innegable fuerza dramática, que el montaje revela en toda su complejidad. Comenzando por la dirección de actores, que ha encontrado el tono adecuado para cada una de las diferentes escenas y el ritmo para combinarlas; siguiendo por el equipo responsable de espacio escénico-escenográfico y terminando por los actores, que satisfacen la altísima exigencia de sus múltiples y dispares papeles en claves interpretativas y registros variados. Ellos enseñorean la escena y el espectador los siente próximos, entregados a ese juego permanentemente renovado, cada tarde, de trascender su individualidad y llevar a cabo, para nosotros, un soberbio, casi milagroso, ejercicio de transformismo.

Gordon Craig

PD Os envío la reseña de mi padre sobre Terrorismo.

2 Comments:

Blogger Mancuso said...

me han dado ganas de ir a verla

1:51 p. m.  
Blogger Doctor Brigato said...

Animaros. Miguel tiene la Tarjeta Abadía, que te hacen un 30% de descuento, y puede sacar dos. Yo tb tengo la terjeta, pero ya tengo comprometidas las entradas.

5:33 p. m.  

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